El creer, sin saber bien en qué y por qué se cree, se debe, en gran parte, a las circunstancias anímicas en que vivieron, durante muchos siglos, los hombres primitivos, lo que ha dejado una profunda huella en el hombre, nada fácil de borrar. Aprovechándose de ésto, las religiones procuran satisfacer la curiosidad humana, ofreciendo para cada enigma una explicación adecuada a su formación intelectual; y cuando se ven en apuros para explicar algo, aducen, como supremo "argumento", que las cosas son así porque "dios lo quiere" y nos es imposible conocer "los designios de dios". Por eso rechazan a todo aquel que no quiere ni puede someterse a sus creencias de imposible demostración.
La ciencia busca incansablemente la verdad y hasta que no puede demostrar una hipótesis está dispuesta a rectificar. Por el contrario, el creyente parte de la base de que ya conoce la verdad, por lo que no le es posible conseguir ningún avance, ya que, si avanzara, supondría que "su" verdad es relativa o que no es tal verdad. Casi todas las doctrinas religiosas están basadas en la idea de inmortalidad, es decir que el alma o espíritu o "doble", sigue viviendo eternamente.Las investigaciones biológicas y sobre la estructura y funcionamiento del cerebro humano han demostrado de forma categórica que la idea de la existencia del alma no pasa de ser un mito sin el menor fundamento. Lo que es innegable es que el hombre, como todo ser viviente, ha de morir y que con la muerte todo acaba para él. Y por el momento nadie ha demostrado lo contrario.
Fernando de Orbaneja, escritor.
1 comentario:
Uno de los mayores problemas es que es casi imposible razonar con un creyente (de la religión que sea). Esa "verdad inmutable" no admite debate lógico o razonado, por eso es tan difícil convencer a un creyente de que tal vez esté equivocado.
Siempre he defendido la libertad de cada uno en creer en lo que le apetezca, pero que crea porque lo haya razonado, no porque se lo hayan impuesto.
Saludos.
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