jueves, 13 de noviembre de 2008

Pareidolia

La pareidolia (derivada etimológicamente del griego eidolon: ‘figura’ o ‘imagen’ y el prefijo par: ‘junto a’ o ‘adjunta’) es un fenómeno psicológico que se produce de manera inconsciente y continua cuando interactuamos y recibimos estímulos de nuestro entorno. Consiste en percibir formas reconocibles generalmente en imágenes pero que realmente no están ahí.




Esto se debe a que nuestro cerebro tiene tendencia a buscar patrones reconocibles en todo lo que nos rodea o parecidos razonables, basándose en la información que ya existe en nuestra memoria. Es algo que no controlamos y que pasa sin querer porque así funciona nuestro cerebro de manera natural, aunque en algunos casos extremos puede ser patológico.

¿Pero por qué nuestro cerebro busca y encuentra algo donde no lo hay, formas definidas en borrones de tinta? Los expertos apuntan a que esa capacidad pudo suponer una clara ventaja evolutiva. "Es posible que uno de nuestros antepasados viera una mancha amarilla entre la maleza, saliera corriendo por temor a que fuera un tigre y al final se tratara de una fruta. Pero, si alguno no huyó por sistema ante un estímulo de esas características, es muy probable que acabara siendo devorado", explica Carlos Alvarez, (profesor de Psicología Cognitiva de la Universidad de La Laguna). Descendemos del homínido que puso tierra de por medio entre una imagen o un sonido sospechoso y él; al que se quedó, tarde o temprano se lo comió una fiera.
Nuestro cerebro ha evolucionado de forma que a veces prefiere engañarse para así mantenernos a salvo de los peligros.

"Investigaciones con recién nacidos han revelado que prefieren como estímulos visuales aquéllos que parecen una cara humana; aunque sea una dibujada con dos puntos como ojos, una raya vertical a modo de nariz y otra horizontal como boca", explica Álvarez. La inclinación de los bebés a reconocer como un rostro incluso lo que no lo es demuestra que esa capacidad es innata. Pero también hay en la pareidolia un componente cultural que hace que nuestras expectativas y creencias influyan en lo que percibimos. "Si creemos en Jesús, tenderemos a ver a Jesús, no a Buda", indica el psicólogo canario. Será, por supuesto, el Jesús de la iconografía cristiana, porque nadie sabe cuál era la apariencia del personaje histórico.

Esta ventaja evolutiva tiene su contrapartida, como apunta Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios: "Como efecto secundario involuntario, la eficiencia del mecanismo de formas en nuestro cerebro para aislar una cara en un montón de detalles es tal que a veces vemos caras donde no las hay. Reunimos fragmentos inconexos de luz y oscuridad e, inconscientemente, intentamos ver una cara. El Hombre en la Luna es un resultado". "Al ser un proceso sobre el que carecemos de control consciente, puede derivar en ilusiones y alucinaciones", señala Álvarez.


(Información obtenida de magonia)

No hay comentarios: