Deberíamos ser la especie animal más creativa y constructiva. Pero somos la más destructiva; siempre estableciendo diferencias entre nosotros. Marcando superioridades. Obcecados en dominar, en lugar de compartir; en esclavizarnos, en lugar de liberarnos. Empeñados en caminos de muerte, en vez de dedicarnos a caminar por sendas de vida. Dedicados a construir la fealdad, en lugar de la belleza. Siempre ignorando que, más allá de la forma de nuestros ojos, del color de nuestra piel, de lo encrespado o liso de nuestros cabellos, de lo chato o abultado de nuestras narices, de las formas de nuestros cráneos y de las medidas de nuestras tallas, amén de otras diferencias físicas más, somos una sola especie y una única raza. Sí, sólo hay una única raza: la humana; la del “homo sapiens sapiens”. Pero parece que lo desconocemos, a juzgar por nuestros viles actos de discriminación y empeños por establecer una absurda superioridad entre nosotros.
Somos animales, iguales a otros animales en nuestra animalidad. Nacemos macho o hembra. Crecemos cómo niño o niña. Nos vamos formando como un hombre o una mujer. Y, finalmente, algunos logramos convertirnos en una persona. Pero otros de nosotros, los más, no perdemos nunca nuestra más oscura y bruta animalidad, y permanecemos cómo depredadores. Los más crueles y dañinos de todos los depredadores. Y, al parecer, no sabemos hacer otra cosa que arrasar, herir, matar y destruir todo cuanto nos sale al paso. Nuestra perversidad y empeño en el odio se muestra ilimitada y algunos, muchos, para nuestra vergüenza, nos sentimos ufanos de ello o, al menos, no parece que nos sintamos ni avergonzados ni arrepentidos, si no que, al parecer, nos regocijamos en ser creadores de sufrimientos y de vilezas.
Hablamos de paz, pero sembramos la discordia y las guerras. Hablamos de solidaridad, pero marcamos desigualdades y mostramos egoísmos y ambiciones absolutamente destructivos. Invocamos la justicia, pero lo impregnamos todo de injusticia y arbitrariedad. Hablamos de tolerancia y respeto, pero ni siquiera nos toleramos ni respetamos a nosotros mismos y nos empecinamos en luchas fraticidas e intestinas. Hablamos de compasión, pero nuestros actos son despiadados, abyectos y execrables, no sólo entre nosotros mismos, sino con todas las formas de vida, y nos apartamos de la bondad y del amor arrojándonos en brazos de la egolatría y de la estulticia.
Y con esos presupuestos ¿a dónde vamos? Es obvio que así únicamente podemos dirigirnos a la desaparición y no sólo a la nuestra como especie, si no que arrastramos, con nuestra desaparición, a todo el planeta y a sus diferentes formas de vida, a una aniquilación cierta y despiadada.
¿Eso es lo que queremos? Revertirlo está a nuestro alcance y sólo a nuestro alcance. Podemos seguir creyéndonos los amos indiscutibles de la "creación" y seguir con ese nuestro obrar despótico y arrasador, o podemos pasar a vernos cómo una parte más del sistema, una parte tan necesaria como todas las demás partes, y trabajar para un desarrollo fluido, enriquecedor y armónico del acontecer del planeta y de su evolución.
¿Qué es lo que queremos y elegimos? Porque de nuestra elección y conducta dependerá el que nos dirijamos hacia la luz o hacia la oscuridad. Qué construyamos belleza y armonía o fealdad y desequilibrio. Qué brille nuestra inteligencia y nuestra bondad o que deslumbre nuestra estulticia y nuestra maldad. ¿En qué queremos, pues, empeñar nuestras fuerzas?
En nuestras manos y en nuestras voluntades está.
Hannah. Abril de 2008Extraído de loquesomos.com
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