domingo, 26 de agosto de 2007

Simplemente humanos.

Las preguntas sin respuesta atormentan a quien se las hace. Mucho antes de que el bueno de Descartes nos recordase que pensábamos, luego existíamos, la gente ya se andaba preguntando quiénes demonios éramos, de dónde coño veníamos y adónde puñetas íbamos. Y algunos espabilados se planteaban si nuestra vida tenía en realidad algún sentido, siendo como somos unos seres insignificantes, limitados y absurdos, habitantes de un minúsculo rincón del universo, aterrados por nuestra propia soledad, y rodeados de infinito, oscuridad y muerte. Las religiones surgieron para dar respuesta fácil a todas las preguntas. Pero el hombre, maldita sea, piensa, y no se conforma con creer lo que no ve y tener fe ciega en argumentos que son más propios de una novela decimonónica (la Biblia) que de un tratado de filosofía. Además, de ese descreimiento surgió el progreso. Porque si por la Santa Madre Iglesia fuera, aún seguiríamos creyendo a rajatabla que la Tierra es una superficie plana situada en el mismo centro del universo. Por suerte hay gente que prefiere asumir la incomodidad de la verdad, antes que quedarse anclados en la conveniencia de la mentira. La buena literatura también ha dado rienda suelta al pensamiento, ha buscado en el interior del hombre un sentido a todos esos actos inconexos que conforman la existencia humana. Unamuno, Malraux, Cortázar, Sábato... Todos ellos (y muchos más) aportan su particular perspectiva sobre el irresoluble problema, aportan su humanismo personal al conjunto de la creación narrativa. Como dijo Sartre: "Todos somos escritores metafísicos. Porque la metafísica no es una discusión estéril, sino un esfuerzo vivo sobre la condición humana".



Claro que, a pesar de Descartes, me temo que tanto lo de pensar como lo de existir no son valores indivisibles, sino que tienen su gradación y su degradación. No piensan ni existen del mismo modo todos los que dicen que piensan y presumen que existen. Además, que ya se sabe que ni piensan todos los que existen, ni existen todos los que piensan. La masa amorfa de ciudadanos, votantes, consumidores y usuarios, no necesita pensar ni existir, porque ya hay quien piensa y existe por ellos. Desde la política, la religión, la moda o la cultura, al ciudadano se le maneja a conveniencia de los intereses financieros de los poderosos. Alguien decide que un lienzo manchado de un color azul monocorde (como pinta una pared cualquier pintor de brocha gorda) es arte, y se expone con toda suntuosidad en el museo Guggenheim. A un editor le entra en gana publicar basura, adornada por el marketing de la contraportada con la foto de una bella señorita (que es la autora), o de un bello niñato (que es el autor), y ya tiene un bestseller. Un modisto decide hacer camisas transparentes (o sea, innecesarias, como la camisa de la felicidad) y las pasarelas se llenan de señoritas que visten sin ir vestidas, que debe ser algo así como el "vivo sin vivir en mí", de santa Teresa. De modo que, cuanto más manejable es la sociedad, menos necesidad de pensar se crea en el individuo, que prefiere ser conducido en rebaño por los caminos oficiales.

Fragmento de "La Aspirina" de Amado Gómez Ugarte. gómez ugarte

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