Cierto es, señalan Zuckermann y Paul, que la revisión de las estadísticas de la religión a nivel mundial, pueden tener diversas lecturas, pero también que reflejan que, en el siglo XX, el número de personas no-religiosas aumentó de los 3,2 millones de 1900 a los 697 millones de 1970 y los 918 millones en 2000. Igual de meteórica ha sido la expansión del secularismo: agnósticos y ateos pasaron de un 0,2% de la población mundial a crecer en 8,5 millones de nuevos adeptos anualmente, hasta alcanzar los mil millones.
Según estos autores, el florecimiento de las grandes religiones es un mero espejismo, salvo en el caso del Islam, que parece que, de ser la religión de una octava parte de la población, llegará a convertirse en la fe de una quinta parte de la población mundial en 2050. Para Paul y Zuckerman, esto es debido a que los países musulmanes carecen en general de sistemas democráticos y siguen creciendo demográficamente más que los países laicos.
Fe y miedo
En definitiva, ninguna de las grandes religiones alcanza actualmente, según Paul y Zuckerman, una expansión generalizada, y la falta de fe en lo sobrenatural sólo podría alcanzar tasas extraordinarias de superación a través de la conversión voluntaria de la gente.
Según estos autores, se espera que en los países del segundo y tercer mundo, donde la riqueza se concentra en una élite y las masas se empobrecen cada vez más, la población se siga refugiando en el consuelo de la fe.
En el primer mundo, en cambio, en el que la población disfruta de diversas ventajas, como el acceso a la sanidad y la educación, esta situación reduce dramáticamente la necesidad de los individuos en creer en fuerzas naturales que los protejan de las calamidades de la vida.
No es el caso de Estados Unidos, donde, a pesar de tener una extensa clase media, educada, y que vive en el confort, la fe sigue presente, independientemente del importante número de ateos. Paul y Zuckerman señalan que esta población aún se siente en peligro a pesar de sus circunstancias: los despidos arbitrarios de trabajos fijos, la pérdida de los seguros médicos (las facturas médicas son la principal causa de ruina en las familias norteamericanas), las deudas excesivas derivadas de la lucha por la riqueza, etc. son razones para vivir asustados.
En conclusión, afirman los autores, la motivación para creer o no creer depende más de la economía que de la reflexión deliberada. Cuanto más proporciona un país seguridad física y financiera a sus ciudadanos, menos devotos religiosos parece tener. Las fuerzas sobrenaturales alivian sus ansiedades y miedos. Es probable que algo se pueda hacer para modificar este patrón humano fundamental.
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